Bienvenidos, damas y caballeros, al gran espectáculo de la política chilena, un circo de tres pistas donde los políticos hacen malabares con promesas vacías, los escándalos son el pan de cada día y los votantes… bueno, los votantes son los que compran las entradas para este show de dudosa calidad. Aquí, en este rincón del mundo donde el "chaqueteo" es deporte nacional, todos tenemos una opinión sobre lo ladrones, flojos y pendencieros que son nuestros honorables representantes. Pero, ¿saben qué? Mientras nos reímos de sus peleas de patio de colegio y sus discursos sacados de un generador de frases cliché, el verdadero chiste está en el espejo: nosotros, los votantes, somos los guionistas de esta comedia de enredos.
Los políticos, esos encantadores sinvergüenzas. Si hay algo en lo que los chilenos estamos de acuerdo, es en que los políticos son una especie de superhéroes al revés: en lugar de salvarnos, nos sacan la billetera con una sonrisa. Desde los que “olvidan” declarar sus ingresos hasta los que juran que trabajan 80 horas a la semana mientras los pillan jugando Candy Crush en el Congreso, la clase política chilena es un meme viviente. Y ni hablemos de las peleas: en el hemiciclo se lanzan insultos que harían sonrojar a un camionero, mientras en X se desatan guerras de hashtags que parecen escritas por adolescentes con demasiada cafeína. ¿Corrupción? Claro, es el condimento oficial de la sopa política. ¿Flojera? Por supuesto, porque para qué trabajar si puedes salir en la tele prometiendo lo mismo que prometiste en la campaña pasada (y la anterior, y la anterior…).Pero, ojo, no seamos tan duros. Después de todo, estos señores y señoras de traje caro no llegaron al poder por arte de magia. No, no, no. Alguien los puso ahí. Alguien marcó su nombre en la papeleta. Alguien pensó: “Pucha, este tipo parece buena onda, igual salió en la tele”. Y ese alguien, queridos lectores, somos nosotros.
El votante chileno, maestro del “vote y apague” Ahora, dejemos de tirar piedras al tejado ajeno y miremos el nuestro. Según las estadísticas (esas cosas aburridas que nadie lee), cerca del 70% de los chilenos nunca ha leído una propuesta de campaña. ¡Setenta por ciento! Eso significa que siete de cada diez compatriotas eligen a su próximo líder basándose en… ¿qué? ¿Un tiktok gracioso? ¿Un meme bien editado? ¿El consejo de la tía que jura que “ese candidato es de los nuestros”? En Chile, votar es como jugar a la ruleta rusa, pero con menos estrategia y más fe ciega en que “esta vez no nos van a cagar”. Y no es que falte información. Las propuestas están ahí, en PDFs polvorientos que nadie abre, en sitios web que parecen diseñados en los 90, o en debates que todos evitan porque “es muy latero”. Pero, ¿para qué informarse si podemos votar como vota el compadre del lado, el vecino o el grupo de WhatsApp de la familia? Total, si sale mal, siempre podemos culpar al político de turno y seguir con nuestra vida. ¡Qué conveniente!
El gran final, donde todos pierden. Entonces, ¿Quién tiene la culpa de este desastre? ¿Los políticos que roban, mienten y pelean como si estuvieran en un reality show? ¿O nosotros, los que los elegimos con la misma dedicación que ponemos para elegir qué serie ver en Netflix? La respuesta es tan obvia que da risa: somos nosotros. Cada voto desinformado, “lo hago por la cara”, cada “es que todos son lo mismo” es un ladrillo más en el muro de esta política de pacotilla. Y mientras tanto, el circo sigue. Los políticos se suben el sueldo, los escándalos se acumulan, y nosotros seguimos tuiteando que “todos son unos corruptos” mientras compartimos memes de gatitos. Porque, claro, es más fácil reírse que asumir que el problema no está solo en el Congreso, sino en el sofá de nuestra casa, donde tomamos decisiones electorales con menos criterio que el que usamos para elegir una pizza.
Así que, queridos chilenos, la próxima vez que queramos linchar a un político por Twitter o quejarnos del estado del país en la sobremesa, hagamos una pausa y miremos al culpable en el espejo. Porque mientras sigamos votando como si fuera un concurso de popularidad, el circo político chileno seguirá en cartelera, temporada tras temporada, con los mismos payasos y los mismos trucos baratos.